Cualquier persona que me viera caminando en la calle pensaría que la llevo bien, que tengo los asuntos a resolver resueltos, y que me encuentro simplemente con los vaivenes convencionales de la vida.
Camino sonriente porque soy alegre, y en un país donde los rangos sociales son evidentes, casi a primera vista, soy de las personas que “lo tienen fácil”. Y sí, hay muchas problemáticas de las que estoy exenta, he tenido la oportunidad de desarrollar mis capacidades (ir a la universidad, etc); tengo una mente crítica y la libertad de tomar decisiones. Estoy bien, cualquier persona en la calle lo vería así, y sí, agradezco todo lo que se me ha dado. Pero, ¿qué se hace con esto cuando el mundo interno, el que no se nota, parlotea constantemente escenarios desalentadores; se inventa uno y otro fracaso, uno y otro rechazo?
Esta es la realidad con la que vivo ahora. Una con ventajas evidentes y al mismo tiempo plagada de una enfermedad: un trastorno en la conducta alimentaria (TCA).
La teoría de los terapeutas postula que los TCAs se adquieren en los primeros tres años de edad. El resto de la vida se enfocará en no hacerlos crecer, no darles suelo fértil. Yo tengo 36 y comencé a aprender a quitarle el suelo fértil a mi TCA desde hace 12 años, aunque mis intentos por deshacerme de la enfermedad comenzaron mucho antes, a eso de los 20 años.
Intentos fallidos, claro, porque mi metodología no era la adecuada. Después de los últimos 12 años de aprendizaje, me doy cuenta de todo lo que uno tiene que construir… pero ahora sí, tengo la ventaja de notar los lugares sombríos de mi mente a la distancia. A veces me peleo con mi cuerpo, el resto del tiempo lo amo y le agradezco, y me peleo con el “enemigo real”, la sociedad que nos hace creer que tenemos más puntos en el concurso de la existencia humana al tener un cierto aspecto físico, que además impone una talla (un color de piel, facciones, etc.) sobre una especie tan diversa como el número de sus individuos. ¡Absurdo!
El día que cumplí 36 años mi mejor amiga me regaló este cuaderno. Hoy empiezo a escribir esto, para regalarle mi relato a cualquier persona que se enfrente con una problemática como la mía, tanto en vivencia propia, como dentro de su círculo de seres queridos.
Por aquí nos estamos leyendo. Abrazo con cariño, Sofía.
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