Hace cuatro días me dijeron que no me quedé con el puesto de trabajo que estaba buscando obtener, y está bien. Me siento mejor de lo que creía, ¿saben? De hecho, tenía un cierto temor a quedar, por caer en un entorno del que ya he huído varias veces: la academia. Igual, hay cosas que me gustan en la academia, pero cosas a las que les huyo, y esa parte que huye se sintió aliviada por la noticia de que no quedé. Claro, mis otras partes, las que necesitan comer para vivir, no están tan conformes con la noticia. “Pero otros medios ya encontraremos”, les respondo y me preparo para empezar de nuevo a mandar solicitudes.
Antes de saber lo del puesto de trabajo, tuve una noche muy compleja. Me fui a dormir cansada, harta y llorando. Llorando por la soledad y lo que mi cuerpo sigue interpretando como abandono. Esa noche supe que no podía seguir así, y decidí que al día siguiente haría una cosa y sólo una: ir a la pared de escalar. Me prometí llevarme a ese lugar, por el simple hecho de ver gente y convivir un poco. No lo logré.
En el camino me dieron náuseas y tuve que bajarme del camión. Fui entonces al lugar de trabajo de mi amiga más cercana, y ahí estuve, conviviendo con ella y todos los empleados del restaurante, que ese día se dedicaban a preparar la despensa de la semana. Fue muy lindo, no escalé, pero conviví. Y así, poco a poco, empecé a mejorar. Mi estado de ánimo y emocional empezó a cambiar, cada día me propuse hacer algo nuevo, distinto. Conecté con personas a las que normalmente les huyo, y conecté con personas a las que quiero mucho. Hoy, soy otra: una semana después, se ha transformado mucho de mi realidad relacional y emocional. Esto, gracias a ir día a día aplicando pequeñas, pero muy importantes, herramientas. Pequeños, pero muy importantes, cambios.
Esta es la terapia en acción. Hoy puedo ver con una sonrisa las pruebas superadas: nomás que no me manden más, ya por favor, por un rato, ¿vale?
Comments