En la clínica fue donde conocí la estructura. A mis 24 años nunca antes había vivido tanta estabilidad. Bueno, miento, a mis 10 años viví un año y medio con mi mamá fuera del país. No sé por qué no se sentía igual de estable… supongo que mis procesos hormonales internos empezaban a manifestarse: me recuerdo así, enamoradiza y arrastrada por esos impulsos. En fin, la razón de la inestabilidad en el resto de mis etapas era la existencia de dos casas desde el divorcio de mis papás a mis tres años. Un día aquí, otro día allá, alternando la secuencia hasta cubrir año tras año de constantes intercambios.
Todo cambiaba. Altos contrastes. Después, harta de esto, me conseguí otras dos casas: la calle, la casa de mis amigos. Hice una familia fuera, porque era más permanente que la que vivía dentro. Me funcionó por unos años, hasta que esa familia se empezó a desmoronar o a perder en la fiesta, el alcohol y demás. Y yo… yo preferí perderme sola con la comida, el ejercicio, mis obsesiones corporales. Así me refugié, en una inestable estabilidad, la enfermedad. La estabilidad de la clínica era distinta. Estábamos acompañadas. Si venía una crisis, no podías ni actuarla ni salir corriendo: pataleabas, por mucho, hasta que te calmabas. Y nos calmábamos, unas a otras nos calmábamos. Fue un lindo contacto humano, pero cuando salí al mundo, algo en mí no soportó el contraste y ¡pákatelas! me fui de boca en otro río de agua salada. Parecía agua dulce… parecía… y resultó que bebía y bebía y no saciaba mi sed. Cuando me di cuenta mi deshidratación ya no tenía remedio y me eché al agua a convertirme en pez, o algo para no sentir, otra vez, para desaparecer.
Después de un año desapareciendo llegó otro rayo de sol, el dolor, esa piedra en el fondo que te llama por tu nombre cuando estás a punto de quebrarte el cráneo con ella. Y ahí, el reflejo del sol. Le escribí a mi psicoanalista de la clínica, ¿me aceptaría de regreso? Era 2014, inicios, me dio una fecha para entrevista. Me examinó, le preguntó a mi lenguaje corporal si estaba lista, si esta vez sí estaba dispuesta a salir, si realmente quería vivir. Yo pataleé, lloré, grité, que sí.
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