Llego a Berlín, salgo del tren, tomo la bicicleta y comienzo a atravesar la ciudad en un amable atardecer.
Caos, bici, ciudad, vitalidad: el recibimiento que siempre me ha dado Berlín, siento que vuelvo a casa. Recorro cuarenta minutos hasta llegar al lugar en el que ahora vivo, cuarenta minutos de vitalidad e incertidumbre; de impulsos renovados con cada circular de los pedales; cuarenta minutos de fuerza sostenida. Llego a casa, sola, sin Rima, me desoriento de nuevo. Suelto todo, me ofrecen algo de comer, me tomo un baño, me oriento de nuevo. Como fuera de mis horas, mis ritmos, mis rutinas, algo inesperado, veinte minutos de incertidumbre. Me entrego, al vacío, al momento: en este cuarto murió Rima, me entrego al espacio. Lloro o no lloro, ya no me acuerdo. Me siento en casa y a la vez desorientada. Hablo, no hablo, ya no me acuerdo, sólo sé que estoy agotada. Hannes está distante, eso nos pasa cuando estamos en ciudades distintas. Nada me sostiene. Me escribe Emilian, le digo, me siento perdida. Me dejo vencer, me entrego a dormir.
El día siguiente es similar. No salgo de casa hasta que tengo que ir por las cenizas de Rima, veo a una amiga, recorro con ella la arena que Rima dejó detrás, encuentro reliquias de su paseo en esta tierra. Abrazo el recuerdo. Me pierdo otra vez y me vuelvo a encontrar. Cuando me encuentro, me encuentro renovada, algo pasa cada vez que me entrego a la pérdida, no hay nada más que pueda perder... me permito perderlo todo.
Hannes sigue distante. El fin de semana me encuentro con Hannes de nuevo, me abraza, me encuentro en sus brazos de nuevo. Me deja llorar el hueco que Rima dejó. Me deja sacar mis neurosis y luego me las tranquiliza. Yo me prometo estar bien. Me estoy encontrando, con él, en Berlín, mi casa ahora, mi casa desde antes de que yo lo supiera, y hay algo mágico de estos caminos: como si estuvieran ahí esperando nuestra llegada, listos para recorrerlos.
Bailo una pieza de Bob Dylan con Hannes, me dice: me asusta pensar que ya nos habíamos encontrado antes – otra vida, quiere decir. Seguro así fue. Me pierdo en este instante. Así dejo que llegue el lunes, “no podemos estirar la burbuja más”, le digo a Hannes cuando me despido el domingo. El lunes los dos nos encontramos de nuevo en nuestra realidad. Afrontamos nuestros caminos separados, que requieren soluciones individuales. Los dos necesitamos asegurar encontrar trabajo para sostenernos, él en su carrera de músico, yo en mi carrera de migrante. Hoy veré a mi amiga Lucía para cenar – las cosas que uno puede hacer cuando ha vuelto a casa.
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