Ser feliz tal vez radica simplemente en estar cómoda con los cambios: los cambios de clima, de ánimo, de planes. Estar cómoda con eso y satisfecha con la vida. Agradecida —nos animarían a ir un poco más allá—. Hoy me encuentro con que, a pesar de todos los momentos bellos, los encuentros alegres, las circunstancias favorables, vivo con la sensación de que algo hace falta. Pongo música para distraerme de eso.
A veces lo que más me falta es tiempo. El tiempo que me permita terminar con la lista de deberes y, a la vez, hacer lo que me gusta. Tengo que encontrar trabajo. Supongo que ya los harté con este tema, pero ese es mi mayor deber, ¿qué les puedo decir? Y es una actividad muy agotadora. Hay algo en el tedio de mandar papeles y buscar empleadores que nomás me drena de energía. Por eso, ahora que escribo esto, lo escribo acostada en la cama.
De alguna manera, no tener trabajo es también agotador. La presión de saber que hay cosas que no están resueltas y que es importante resolver me carcome, como a quien el insomnio no le permite descansar. Y a pesar de esto, procuro ser feliz. Cultivar una sensación de que todo está bien: hoy puedo comer las cosas que me gustan, puedo pasear con mi perrita —que está sana—, puedo hablar con mis amigos, puedo escuchar música y puedo tocar música.
Lo anterior, lo del agotamiento, no es una queja; es una realidad. Dentro de esta realidad puedo seguir sonriendo, así como el sol sale. Pase lo que pase en la Tierra, el sol sale. Así, hay algo que día a día sigue dándonos luz... y de esta luz me agarro. Hoy, yo solo quiero que seamos felices.
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