Cuando decidí emprender mi programa de recuperación lo necesitaba como pocas cosas en la vida. Sin él, me seguiría despojando de cuidados y llenando de agresiones. Mi batalla eterna era la imagen corporal, y cómo no tenerla, con el entorno que me rodeaba. Tengo amigos a mi lado que han estado conmigo desde entonces, y hoy, con distancia y consciencia, puedo ver cómo opinan del cuerpo de otros devaluando sin más cualquier apariencia que no esté “en forma”. ¿Cómo podía yo entonces estar integrada a ese grupo si no mantenía la cordura, que en este caso era la figura?
Por mi genética, creo que soy naturalmente delgada, y digo creo, porque he jugado tanto con la comida que no sé muy bien qué hubiera sido de mi cuerpo si simplemente lo hubiera dejado ser. Cuando estaba en secundaría hacía de todo por no subir de peso, y de preferencia por bajar. Tener un cuerpo “delgado” sólo reafirmaba la idea de que los demás me querían, me apreciaban, y se me acercaban, por tener ese cuerpo, e incrementaba el temor a engordar ¡eso jamás! pensaba hacia mis adentros. Así fue mi entrenamiento social y mental, hasta que unos años después, debido a una crisis de estrés y ansiedad, empecé a subir de peso. El temor fue tal que empecé a vomitar, pero mi cuerpo ya no era el mismo… algo se rompió entre él y yo y ya no sabía si alguna vez volvería a tener una buena relación con él.
Intenté reconectar conmigo misma mediante el yoga, y claro que me ayudó, a muchos niveles, pero hubo una capa que siempre permaneció: la condición que yo imponía sobre mi cuerpo de sólo quererle bajo cierto aspecto y forma. El gran problema es que esta manera de pensar es tan arbitraria, que nunca lograría tener ese cierto aspecto que me haría sentir un cariño y respeto incondicional hacia mi cuerpo, porque el aspecto cambia todo el tiempo; durante el día varias veces, y a lo largo de los meses mucho más. Una pasa por oscilaciones constantes, según el clima, los procesos hormonales, las etapas de la vida, la hora del día. La batalla estaba perdida, entonces, y así me sentía yo. Aunado a los cambios físicos del cuerpo, hay una variable que caracteriza a los TCAs, la distorsión corporal. Según el estado de ánimo, cambia lo que una ve en el espejo. Perdida. Me sumergí así en una lucha por aceptación que nunca ganaría, y que me robaba la posibilidad de tranquilidad día a día. Hasta que volví a mi programa de recuperación.
Y pude volver a mí, poco a poco, lentamente, día a día.
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