Creo que tengo un cuerpo. Creo que tengo un cuerpo porque de pronto me despierta en las noches inquieto, temeroso de que exista un predador al acecho. Creo que tengo un cuerpo, porque saboreo con él a mordidas la vida. Creo que tengo un cuerpo, porque lo visto, me pongo frente a un público y el público ve un cuerpo también. Creo que tengo un cuerpo, porque me ruega de madrugada por la compañía de abrazos ausentes. Creo que tengo un cuerpo, porque late en él el suspenso de lo que guarda para mí, en su futuro, la vida. Creo que tengo un cuerpo, pero no estoy segura. Podría ser una simulación, una realidad virtual, un sueño, una fijación, un delirio y luego hasta una obsesión.
Tengo una obsesión por tener un cuerpo.
Y lo persigo: le digo, háblame, le grito, escúchame, le lloro, ¿me sientes?, lo acaricio, no te vayas.
Y me responde el suspenso. Y mi miedo es tanto que proyecto en el lienzo del espacio un cuerpo, para que me despierte por las noches inquieto.
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