Mi desorden alimenticio empezó a los 13 años, los pensamientos siempre habían estado ahí, la inadecuación y las ganas de ser bonita. Pero a los 13 años fue cuando empezaron las dietas. Apoyada por mi mamá, emprendí uno que otro régimen alimenticio que encontraba en una revista. Lo hacía por el tiempo que la revista indicara; pero al terminar, la inadecuación seguía ahí. Así que un tiempo después emprendía una nueva dieta, hasta que mi sinrazón lo decidió: tenía que saltarme comidas. Así me la llevé por años, comiendo menos de lo que mi cuerpo necesitaba, y obviamente menos que los demás. Cuando empecé a tomar alcohol y me daba un hambre incontrolable, empecé a tener comportamientos compensatorios, fue a los 19 años que la bulimia se convirtió en una parte habitual de mi vida.
Uno de los detonadores fue el final de una relación. Esta relación terminó porque la persona con la que estaba saliendo regresó con su exnovia. Ella, su ex, era modelo. Mi sin razón de nuevo se apoderó de mí, y decidió que tener el cuerpo perfecto era la manera adecuada de prevenir el rechazo en futuras ocasiones. De él, de ese chavo, yo me había enamorado. Superarlo por completo me llevó 3 años. Hasta 3 años después dejé de desear encontrármelo en las fiestas, para que me viera, me extrañara y recapacitara. Ahora, 17 años después, sé que éramos muy distintos, que nuestras vidas seguirían caminos contrarios, y que no tenía ningún sentido aferrarme a estar con él. Pero en su momento, me aferré.
Esta fue la primera vez que mi deseo de estar con alguien no correspondía a la realidad: él ya le había dado vuelta a la página, y yo seguía viendo de qué maneras tendría que ser distinta para que él, o cualquiera como él, me aceptara. Fue muy doloroso, porque en esta búsqueda compulsiva de aceptación, lo que más encontraba era rechazo. Como en el dicho: el que busca encuentra. Yo encontraba pistas todos los días de que aún no era esa persona inmune a las críticas, a la indiferencia. Y lastimada una y otra vez por esta realidad, me auto agredía, para ver si destruyendo una parte de mí, por fin me aceptaban los demás.
Esta misma dinámica ha oscilado en mi vida, he tenido mejores y peores momentos. Hoy, las voces y el deseo de aceptación ideal aparecen de vez en cuando, pero ya no les creo... en general. Cobran un poco de fuerza cuando van junto al dolor de haber perdido lo que viví como posibilidad de relación. Trato de entender qué me quieren decir estas voces. Tomo cualquier cosa que me empuje a crecer, y dejo pasar las ideas que, aún ahora, me quieren hacer sufrir. Es una práctica, no siempre me sale.
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