“Hola, ¿qué haciendo?” me pregunta anoche el chavo con el que se están empezando a mover cosas. Yo acababa de prender el celular. Lo prendí porque antes de prenderlo lloraba largamente por las vidas en Gaza, otra vez. Lo prendí porque necesitaba procesar con alguien, tal vez… si hubiera alguien en línea. Y estaba él. ¿Qué decirle?
Me quedé un rato escribiendo, borrando y reescribiendo mi respuesta, hasta que le conté: “Estoy en ese lugar mental que pide que ya acabe la guerra, otra vez… perdón.”
¿Es inadecuado nuestro sufrimiento, nuestro dolor? ¿Es inaceptable? ¿Es inadecuado compartirlo? ¿Es inválido, siendo que los que realmente sufren y tienen derecho a él están a kilómetros de distancia, sin techo? ¿Les robamos su derecho al sufrimiento con el nuestro? ¿Es inadecuado compartirlo?
Él, al que llamaré Hannes de ahora en adelante, estaba en un bar, con gente, partidos de fútbol. Y yo, en este mundo, en este planeta. De pronto, por instantes, habitamos planetas distintos, y en esos instantes parece ser inadecuado platicarle al otro lo que está pasando en nuestro planeta. Tal vez nos dejen solos en él porque no encuentran un puente que nos una. Tal vez ellos piensan lo mismo, que nosotros, en este planeta que está tan atado a luchar por la justicia, los veremos con ojos de abandono por estar viendo un partido de fútbol mientras el mundo se cae a pedazos.
Esas son nuestras realidades internas, historias que nos contamos por nuestros propios temores, historias que no se relacionan con lo que es realmente posible: que existan los dos planetas en un sistema solar, que existan puentes entre ellos, que nuestro punto de encuentro sean las estrellas, el sol, los astros; que podamos movernos con agilidad de un objeto celeste a otro, y que haya un planeta en donde toda la gente que está siendo violentada pueda encontrarse, encontrar un refugio, un consuelo, un respiro. Que podamos ir todos a ver el fútbol… y dejar abandonados los planetas en los que el abuso existe. ¿Es esto posible?
No sé… yo no abandono ni tengo por qué a aquellos que deciden pasar tiempos alegres en medio de la injusticia. Mientras la injusticia se resuelve, lo mejor que podemos hacer es luchar por cultivar corazones alegres, no que ignoren el sufrimiento, pero que defiendan la alegría. Mientras la injusticia se resuelve, podemos también voltear a verla, sentir con ella, y permitirnos ser una vela en el barco que navega hacia un planeta mejor. Mástil en alto.
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